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Amalia Bomnin

EL TEJIDO DE LOS SUEÑOS
Por Amalina Bomnin, Especialista Principal del Centro de Desarrollo de las Artes Visuales en Pinar del Río.

El discurso de las artistas mujeres en Cuba, mayoritariamente, no se ha caracterizado por un enfoque feminista. Quizás, en buena medida, por el carácter machista de nuestra sociedad, donde en muchas ocasiones las féminas son abanderadas respecto al tabú. Muchos de los planteamientos de éstas se dirigen hacia la intimidad, la cultura, lo político, lo religioso y lo social. Las menos, como es el caso de Rocío García por ejemplo, abordan cuestiones de género en su producción.
En las últimas décadas el quehacer artístico femenino ha contado con propuestas enjundiosas, sobre todo, después de la renovación que se operara en los años ochenta dentro de las artes plásticas cubanas a nivel de lenguaje, técnica, soporte y recepción de la obra. Belkys Ayón y Sandra Ramos serían algunas de las encargadas de revolucionar el grabado, Marta María Pérez lo hizo con la fotografía, Tania Bruguera tras la huella de Ana Mendieta revitalizó el performance, por mencionar ciertos nombres que han marcado el desarrollo artístico sin atender a una representatividad de género.
Irina Elén González es una joven artista que llama la atención por su manera sui-géneris de trabajar. En muchas ocasiones la han confundido con una autodidacta por la utilización de colores planos, el énfasis en la línea, y la visión "aterciopelada", y hasta cierto punto ingenua, que imprime a los lienzos. Es un mundo de ensueño el que nos quiere ofrecer, aún cuando en él estén presentes elementos agresivos que connoten angustia. Sin embargo, se las ingenia para que todo parezca suave, fresco, alucinante, como en el mundo candoroso de la niñez. No le interesan las reflexiones duras y agresivas acerca del universo femenino, porque elige sublimar los conflictos propios de la mujer trocando sus desvelos en satisfacción, sin que esto implique sometimiento.
Los comienzos de Irina se caracterizaron por el apego a un arquetipo femenino en el que la artista volcaba todas sus preocupaciones humanas y estéticas: una mujer regordeta, semejante a las de sello boteriano, con acentuados vestuarios y en franca soledad, tal vez en actitud de mofa respecto a los canonizados ideales femeninos impuestos por la Historia del Arte. Era una especie de personaje medieval (por las características arquitectónicas del espacio donde se encontraba y los ropajes) anclado en la domesticidad, que tejía, bordaba, y se autoconcebía (en ocasiones ella misma se cosía como un muñeco dentro de la composición) desde sus limitaciones, pero sin complejos. Mechones de pelo, alfileres, agujas, cintas, encajes, eran algunos elementos recurrentes en estas telas, generalmente asociados al mundo de las mujeres, y que Irina los usó tal cual, dando como resultado una obra rica en texturas e insinuaciones.
El autorretrato le servía para acentuar los deseos de redefinirse. En todos los trabajos aparecía la autora convertida en esta voluminosa mujer, en posición frontal y ocupando planos centrales dentro del cuadro. La sangre pudo asomar en los lienzos de Irina, pero sin alusiones grotescas que sorprendan o causen repulsión. Es como si fuera parte inseparable de las historias femeninas, un símbolo que remite al sacrificio y el desgarramiento. La construcción histórica que se ha hecho de la mujer a través del arte como objeto del deseo, enmarcándola, sobre todo mediante el desnudo en un ser confinado al placer y el hedonismo, es dinamitada por Irina, pero sin violencia. La domesticidad adquirida por las féminas la explota para revertirla a su favor.
Las interpretaciones de la artista siempre se han caracterizado por el uso de colores pastel u ocres. Nunca ha predominado la calidez o la estridencia cromática para referirse desde su perspectiva de mujer a problemáticas de todo tipo. Este tipo de colorido y la figuración empleada por Irina recuerdan la tradición pictórica eslava del periodo medieval, aspecto éste que junto al apego a los formatos pequeños le aportan singularidad a la propuesta.
En la medida que sus reflexiones maduran la representación de Irina va sufriendo algunos cambios. Más tarde esta mujer aparece en otros escenarios: en el mar, volando, alejada del encierro. La libertad se va experimentando de forma gradual; pareciera que la artista goza al conquistarla. Una de sus últimas series Pequeño sueño insular así lo confirma. El personaje protagónico y omnipresente sobrevuela la Isla en diferentes circunstancias. Ahora flota y se acerca más a la ficción.
Conversando con la artista sale a relucir su concepción del arte. Ante la pregunta de por qué pinta de esa manera, semejante a los artista naives, responde: "No podría pintar diferente, me gusta imaginar que el mundo puede ser así". Graduada de la Escuela Profesional de Artes Plásticas de Pinar del Río desde 1994 Irina he elegido esta línea de trabajo por considerarla afín con su concepción del mundo. No gusta del arte "explosivo", y prefiere la pintura para expresarse mediante un tono lírico.
En las primeras obras la autora se inventó un arquetipo universal y en las del presente toma como referente su propia fisonomía. Casi todos los lienzos tienen un aire nostáligo, como si constantemente extrañara esa atmósfera de paz y sosiego, a veces tan difícil de conseguir en estos tiempos. Y en cada uno va un poco de nosotros, porque Irina, bajo el velo seductor de los sueños, los convierte en algo codiciado por todos.



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